¿Descomposición del sistema norteamericano?
Luis
Alberto Padilla*
En 2002 Emmanuel Todd publicó en Francia
el libro “Después del Imperio. Ensayo sobre la descomposición del sistema
americano”, en el cual sostiene, entre otras cosas, que
–paradójicamente– en esta época de interdependencia globalizadora en la cual el
mundo ha aprendido a pasarla mejor sin tener que depender (políticamente) de
los Estados Unidos, son estos quienes no pueden “independizarse”
(económicamente) del resto del mundo: la mayor parte de bienes manufacturados
que se consumen en territorio estadounidense se producen afuera, fenómeno
que explica su gigantesco déficit comercial.
Por otra parte –siempre de acuerdo a la
perspectiva del politólogo francés– desde principios de la década pasada el
Pentágono ha puesto en marcha un militarismo teatral para
enfrentar "micropotencias" como Irán, Irak, Corea del Norte o
Afganistán, que busca no la resolución sino una especie de “administración” de
los conflictos a fin de justificar la presencia militar americana en todo el
mundo.
Pero es
en el terreno económico en donde la aparente fortaleza norteamericana se
transforma en debilidad. Mantener viva la demanda mundial conlleva el enorme
desequilibrio comercial que es posible sostener sólo gracias al hecho de que el
dólar es la moneda internacional de pago. Entonces, si a la debilidad económica
se le agrega la tendencia antidemocrática manifiesta en dicho “militarismo
teatral” (las guerras de Bush en Irak y Afganistán así como cierto tipo de
acciones en la lucha contra el terrorismo), todo parece indicar que el sistema
no podrá mantenerse por mucho tiempo sin comenzar a sufrir un grave proceso de
descomposición.
Todd, demógrafo de formación, nos recuerda también
la importancia del factor demográfico, ya que la baja tasa fecundidad de la
población norteamericana así como el hecho de que el tercer país más extenso
del mundo tenga sólo 300 millones de habitantes permite calificarlo como sub
poblado si lo comparamos con los casi tres millardos de gente que viven en la India y en China y hasta con
el aproximado medio millardo de europeos y latinoamericanos.
La
relativa escasez de población estadounidense, entonces, está dando lugar a
flujos migratorios crecientes que, a pesar de que la gente encuentra empleo –lo
cual prueba la existencia de una demanda laboral– ven obstaculizada su
residencia legal debido a la ideología xenofóbica e intolerante de ciertos sectores
de la derecha republicana, que en muchos gobiernos estatales ha dado sustento a
una de las peores legislaciones anti migratorias dirigida principalmente contra
migrantes latinoamericanos.
A los
factores económicos y políticos habría que agregar entonces el demográfico como
otra de las causas notables del proceso de descomposición imperial de que nos
habla Todd, pues ni la economía ni la democracia se benefician con las
políticas restrictivas al ingreso legal o con el trato discriminatorio y la
criminalización de los trabajadores migrantes.
Por otra parte, pero siempre en el mismo
orden de ideas geopolíticas, resulta interesante mencionar los planteamientos
del famoso académico y ex consejero de seguridad nacional norteamericano
Zbigniew Brzezinski. Después de comparar a su país con otros imperios
históricos como Roma, China, Mongolia o la Gran Bretaña , Brzezinski,
en su bien conocido libro “El gran tablero mundial. La primacia
norteamericana y sus imperativos geoestratégicos”, de 1997, afirma que los
Estados Unidos son el primer imperio realmente global debido a méritos propios
tales como su gran dinamismo económico, al atractivo de su cultura –lo que
Joseph Nye ha llamado el softpower–, al tamaño enorme de sus
fuerzas armadas y a su capacidad de innovación tecnológica.
Utilizando imágenes del ajedrez,
Brzezinski afirma en sintonía con el famoso geopolítico inglés Sir Halford
Mackinder que el mantenimiento del
poderío mundial norteamericano depende de la forma en que Washington “gestione”
el eje geopolítico euroasiático (lo que Mackinder llamó en su tiempo el heartland ).
Y sostiene que para prevalecer sobre otras potencias el “espacio medio” de
Eurasia (la Federación
Rusa ) debería ser “empujada” hacia la órbita en expansión de
Occidente (EE.UU y la
Unión Europea ) de manera que el espacio del sur (India,
Paquistán, Irán y el Medio Oriente,) “no quede sujeto a la dominación
de un único jugador”. Eso
permitiría impedir que el espacio
oriental (China, Vietnam) se unifique para expulsar a los americanos de sus
bases costeras en Japón y en Corea del Sur, lo cual ciertamente obligaría al
Tío Sam a abandonar el tablero perdiendo la partida.
Quince años después de que
Brzezinski escribió esto, ahora podríamos preguntarnos: ¿se realizó su sueño?,
¿Rusia se encuentra bajo la hegemonía occidental?, ¿el subcontinente indio,
Irán y todo el medio oriente se mantienen lo suficientemente divididos como
para causar problemas mínimos?, ¿se conserva la firme y leal subordinación
coreano–japonesa indispensable para mantener a China a raya?
La primera interrogante parece haber sido
la planteada con menos clarividencia porque todo parece indicar que hoy en día
los norteamericanos están pagando las malas jugadas que le han hecho a Rusia:
desde el apoyo a Georgia en el Cáucaso hasta la independencia del Kosovo,
pasando por los escudos antimisiles en la República Checa y
en Polonia, sin olvidar la ampliación de la OTAN y terminando con una resolución del Consejo
de Seguridad en el marco de la doctrina “responsabilidad
de proteger” aplicada de manera muy poco ortodoxa para resolver la rebelión
contra Ghadafi en Libia.
Todo ello ha dado como resultado una Rusia
aliada con China en su veto a las resoluciones del Consejo de Seguridad
–propuestas por Occidente para detener las masacres y la violación del derecho
humanitario en la guerra interna siria– sin soslayar el hecho de que Moscú mantiene
su colaboración con el programa nuclear de Teherán.
Si el Kremlin lograse además afianzar sus
vínculos con la India
(desde la época de la guerra fría fueron buenos) al tiempo que consolida lo que
por ahora parece ser un cordial entendimiento con los chinos, entonces el peor
de los escenarios de Brzezinski parecería estar configurándose: fortalecimiento
del “jugador revitalizado que ocuparía el espacio medio” (Rusia),
alianza de facto de los rusos con
China y probablemente con la
India también, si Moscú es capaz de adoptar por una
geoestrategia adecuada. Y todo esto al mismo tiempo que mantienen estrechos
vínculos con los iraníes gracias a su colaboración en la esfera nuclear.
Sólo cabe entonces constatar que “los
dos principales jugadores orientales” –China y Japón– no se han enemistado
con Washington y que tampoco lo han hecho sus socios europeos, de modo
que su periferia occidental parece segura.
Pero en estos tiempos de crisis económica
que los “socios europeos” pretenden
en general resolver aplicando las típicas recetas de austeridad FMI, y con una
China fortalecida en el “espacio oriental”,
entre otras razones, por ser el mayor poseedor de bonos del tesoro
estadounidense, la pregunta que cabe hacerse es: ¿por cuánto tiempo la
periferia se mantendrá segura?
Finalmente otro factor que podría estar
contribuyendo a la desintegración del imperio es de carácter ideológico. Toda
política imperial requiere para mantener su dinamismo y estabilidad un
importante elemento psicológico y cultural (que se expresa en la ideología): la
capacidad para tratar de manera igualitaria a los pueblos e individuos
subordinados.
En la antigüedad tanto los romanos, como
los árabes o los chinos, así como los franceses, británicos, los rusos en
tiempos de la URSS
y los mismos norteamericanos en determinados períodos históricos, han sabido
abandonar el etnocentrismo y adoptar posturas “mundo céntricas” (como las llama
la psicología social) o “universalistas” (como las llama Todd). El fracaso de
imperios –como el alemán que Hitler se propuso construir— estuvo ligado en
buena medida al etnocentrismo radical y a la ideología racista de los nazis que
hizo imposible que a la fuerza inicial de la wehrmacht se agregase la potencia suplementaria de los pueblos
conquistados.
Sin embargo, en la actualidad la política
estadounidense tiende cada vez más hacia el etnocentrismo ideológico, como se
pone de manifiesto con la reaparición del racismo en su trato hacia los
inmigrantes latinoamericanos y en su prepotencia en las políticas hacia países
musulmanes como Irán, el mismo Paquistán, que continúa siendo un aliado
estrecho (recordemos la operación secreta para liquidar a Bin Laden que ignoró
olímpicamente la soberanía de Islamabad), o hacia los palestinos, que continúan
sufriendo del desequilibrio en las políticas de la
Casa Blanca debido a la permanente
inclinación de ésta hacia Israel.
Todo ello, sumado a la relativa debilidad
económica y militar que hemos señalado, así como al fortalecimiento de los
países periféricos, podría incrementar la vulnerabilidad estadounidense y dar
lugar a la pérdida de su supremacía global.
Y finalmente, en lo concerniente a Europa,
no sólo la crisis económica actual es un resultado de la crisis financiera
provocada por Wall Street en 2008.
Habría que tomar también en cuenta que si
Francia y Alemania logran evitar la desaparición del euro (que ya en su libro
del 2002 Todd decía que era una amenaza para la hegemonía del dólar) y
recuperar su papel como eje del proceso de integración es muy probable que los
europeos no sólo se alejen de Washington sino que probablemente estarán en
condiciones de superar las contradicciones coyunturales que padecen ahora con
Rusia (por la crisis en Siria) restableciendo a nivel político lo que desde el
fin de la guerra fría ha sido una buena relación económica. Al fin y al cabo
Moscú no solo es su gran proveedor de petróleo y gas natural sino también su
mayor socio comercial.
Por otro lado, recordemos que los
intereses de la Unión Europea
son cruciales en el Medio Oriente. Y en la hipótesis de un distanciamiento de
las políticas de la UE
respecto a EEUU esto les permitiría recuperar influencia y presencia en una
región del mundo de donde también les llegan cuantiosos suministros de
hidrocarburos y gas natural.
En consecuencia, quince y diez años
después de ambos libros: ¿cómo se ha reconfigurado el sistema internacional?,
¿se mantiene la primacía norteamericana o tiende a descomponerse?
Habría que realizar un análisis más profundo
para responder de manera apropiada, pero, en todo caso, creemos que las ideas
expuestas por Emmanuel Todd hace diez años (al igual que cuando pronosticó la
caída de la URSS
en su libro La chute finale de la
década de los 70) han tenido, realmente, mucho de premonitorias.
Luis Alberto
Padilla es profesor del Seminario de
Geopolítica Mundial en la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Rafael
Landívar. Es embajador y ex viceministro de Relaciones Exteriores de Guatemala.